miércoles, 11 de enero de 2012

2_ El cristalero

Vino por fin el cristalero a casa de mi ex. Fue extraño volver a entrar en ese espacio que ya no era mío, y encima para apoquinar los 106 euros que me costó la broma. La resaca de los cristales rotos. Al menos el cristalero era un tipo majo, me llamaba por mi nombre de pila con mucha educación. Un tipo delgado, rubiales, seguramente aficionado a las series actuales, puede que a 'El Ala Oeste de la Casablanca'.

Me dio pereza darle conversación y lo dejé hacer, lo dejé terminar de quitar los pedazos de cristal, como témpanos ajenos al frío y al calor. "¿Fue un golpe?", preguntó. Me forzó a confesar mi canallada, "Sí, un golpe seco", y le enseñé mi puño intacto. Contestó algo de la trayectoria, puede que su serie favorita fuera, pienso ahora, CSI. A mí me aburren soberanamente esas series, jamás logro mantener la atención durante la hora que duran. No sé si es problema mío o suyo, supongo que mío.

Encendí el ordenador portátil y traté de seguir rellenando un artículo para el periódico que me estaba costando lo mío, y por el que vería, un mes después de que decidieran publicarlo, unos 70 euros, una vez descontado el IRPF. Al tipo del cristal, tan majete él, le pagué 106 euros, IVA incluido, por diez minutos de mano de obra y el material. No tenía cambio y le di 110, con el compromiso por mi parte de ir a la tienda a por mis vueltas. Faltó que le chupara la polla, pienso ahora. 

Mientras lo acompañaba por el pasillo hacia la puerta, con su bolsa de cristales rotos en la mano, me di cuenta que estaba despidiendo a un hombre al que veía con sana envidia. Quizá no tenía tantos títulos como yo, y sus experiencias vitales, profesionales, serían menos intensas. No habría entrevistado a ningún premio Nobel, pero no parecía que aquello le pesara. No vi en ese tipo a un currela resignado a su trabajo de mierda, un Pepe Gotera malhablado y con aliento a tabaco negro. No vi a un chapuzas bebedorzuelo y ávido lector del Marca. No vi a un tipo ante el que me tenía que sentir superior, sino que a un ser libre, y aquello me asustó, y me sentí pequeñito, engañado, confundido, en el sofá de mi ex, sobre el que reinaba una manta, amarilla chillona, de Bob Esponja.

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